Desnudada por Miradas en Kuala Lumpur

Desnudada por Miradas en Kuala Lumpur

Artículo publicado también en el Suplemento de Viajes de Clarín: Malasia

Con cada paso que daba aquellos hombres me desnudaban con sus miradas. Me sentía expuesta, desprotegida, vigilada por esas miradas posesivas.

Esa noche, me encontraba incómoda caminando por la calles de Kuala Lumpur, un sentimiento inusual en una ciudad donde no hay que preocuparse por la inseguridad.

Alguna vez me había sentido asqueada caminando por la ciudad, por el olor a excremento mojado que emana de las rejillas de los drenajes colocadas sobre las veredas, pero insegura jamás.

Peculiarmente, Kuala Lumpur es la anfitriona permanente de tres culturas (malaya, china e hindú), que interactúan diariamente de manera pacífica.

Según la Constitución Malaya, los bumiputras, son los verdaderos malayos, aquellas personas que “profesan el Islam, hablan bahasa melayu habitualmente, conservan las tradiciones malayas, y poseen por lo menos un padre nacido dentro de la Federación de Malasia antes de la independencia del 31 de agosto de 1957.”

Aunque la Constitución no lo especifica, las mujeres bumiputra cubren sus cuerpos con vestidos largos de manga larga, decorados con enormes flores coloridas, y escoden sus cabellos con pañuelos que combinan con su vestimenta.

Por otro lado se encuentran los chinos, una minoría omnipresente en el ámbito comercial y culinario que se comunican entre ellos en mandarín, practican el budismo y el taoísmo, y pasean libremente por la ciudad luciendo moderna ropa occidental, con cortes originales y peinados estrafalarios con excesivo fijador.

Finalmente, están los hindúes, con menor presencia en la ciudad, conformando aproximadamente el 10 por ciento de la población, que añaden diversidad con sus palabras en tamil, hindi y malayalam, y alegran el ambiente con los coloridos saris con que se engalanan sus mujeres. Los miembros de cada uno de estos grupos conservan sus tradiciones, sus costumbres, su idioma y su vestimenta, y aunque interactúan poco entre sí, todos se respetan y utilizan el inglés para romper la barrera cultural y poder comunicarse.

Durante los meses de verano, entre junio y agosto, musulmanes del norte de África y países del Medio Oriente se trasladan a Malasia para escapar del insoportable calor de sus países, y así añaden otro componente a esta ciudad donde reina la multiplicidad cultural.

Sin embargo, este componente altera el paisaje local: por doquier se observan hombres de facciones rígidas y barbas tupidas acompañados de una familia numerosa y mujeres cubiertas íntegramente con túnicas negras (abaya) y un velo (niqab).

A simple vista, estas mujeres son indistintas sombras negras, pero al mirarlas con detenimiento descubrimos que entre ellas existen grandes diferencias que las individualizan entre tanto anonimato: cada una de ellas posee una particular cadencia regida por el peso del material y la calidad de las telas de sus abayas, mientras que otras destacan su clase social con elaborados bordados que decoran los bordes de sus sedas.

Sentada en casa mirando la tele, me preguntaba por qué hay mujeres que aceptan mantenerse cubiertas. Pero después de haber sido explorada por aquellas feroces miradas, en momentos deseé convertirme en uno de estos negros fantasmas para poder caminar con tranquilidad.

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