Tercer y cuarto día del Domuyo: De la pre-cumbre al oasis termal

Tercer y cuarto día del Domuyo: De la pre-cumbre al oasis termal

Escrito por: Diego Jarlip (Buenos Aires, Argentina)Fotos: Diego Jarlip y Hernán Bonomi (Buenos Aires, Argentina)

Tercer día: Día de Cumbre.

A las ocho de la mañana, ya cansados del viento y con pocas fuerzas salimos de la carpa, pensando en recoger los pedacitos que quedaban de la noche anterior, pero para nuestro asombro, la carpa estaba intacta.

Había viento, pero no hacía tanto frío, así que desayunamos nuevamente barritas de cereal, y salimos con toda el agua teníamos hacia lo que era el día mas difícil. Aunque Ariel nos había recomendado salir temprano, la mala noche atrasó la salida. A las nueve de la mañana ya habíamos dejado atrás el campo de fósiles y nos aproximábamos a los 4.000 metros.

La vista era impresionante, la inmensidad del lugar era imponente. Mientras más caminábamos más veíamos. Si bien la zona es árida y no hay muchos lagos cerca, la altura nos permitía ver cañadones hermosos, quebradas y montañas lejanas. El Domuyo es la única montaña de América, fuera de los Andes, con un glaciar eterno, y desde allí teníamos una vista hermosa a la cordillera, ya que no estábamos en ella.

Llegando el mediodía habíamos alcanzado los 4.200 m.s.n.m., desde donde podíamos observar claramente la montura, el lugar mas difícil de la travesía. En este punto, al nivel del glaciar, también había pircas para armar las carpas y pasar la noche, pero de solo imaginar el viento que podría haber acá nos quedábamos helados.

Almorzamos mirando el glaciar y la montura, analizando cómo sobrepasarla; la inclinación era de 55°, no había casi nieve, y la poca que había estaba muy blanda o muy dura, porque el sol la había derretido o se había convertido en hielo. Recordamos que Ariel nos había hablado de este lugar y nos había recomendado encarar la montura por la lengua de barro que estaba entre medio de los glaciares y decidimos ir por allá.

El Gato, que no tiene experiencia en escalada, la veía muy difícil, mientras que yo, acostumbrado a escalar en roca, lo veía imposible. No obstante, las ganas hicieron que llegáramos a los 4.250 utilizando los grampones y la piqueta.
Para esta altura la pendiente nos daba vértigo y la pared no nos transmitía ninguna seguridad. No teníamos soga, ni sabíamos escalar en hielo, y la “lengua de barro” era realmente hielo con tierra, que hacía que nuestras piquetas rebotaran en vez de clavarse. En ese momento la racionalidad del Gato le ganó a las ganas del Negro y decidimos que era el punto más alto donde llegaríamos; teníamos que ser concientes de nuestras limitaciones, y además, sabíamos que el ser humano más cercano estaba a dos días de caminata.

Disfrutamos de la vista, sacamos fotos y bajamos al campamento de los 4.200 m.s.n.m. para contemplar con más comodidad la inmensidad del lugar. Como no íbamos a seguir subiendo, nos pusimos a disfrutar de la vista al glaciar eterno, nos quedamos en las pircas, y observamos los monumentos a los que se quedaron “dormidos” en el Domuyo. Una vez que nuestros ojos llenaron nuestras almas de grandiosidad, emprendimos la bajada.
Como logramos bajar con rapidez, decidimos continuar el descenso hasta el campamento base, ya que nos poníamos molestos de solo pensar en pasar otra noche como la anterior. Como veníamos con envión, llegamos rápido al campamento de los 3.800 m.s.n.m., desarmamos todo y bajamos casi sin descansar.

En este momento empecé a sentir nuevamente el efecto de la altura, que pensaba que había dejado atrás la primera noche. Me comenzó a doler la cabeza, y como no quedaba otra más que aguantar el dolor, decidimos no parar y seguir bajando hasta los 3.000 metros de altura, para ver si tras el descenso me dejaba de doler.

Una vez que llegamos al campamento base, sacamos los aislantes de las mochilas, nos tiramos debajo de las pircas y descansamos con los pies descalzos hasta que la sangre empezó a circular nuevamente. Llenamos las botellas con agua del manantial, preparamos unos mates, empezamos a hacer la carpa para la pasar última noche, y preparamos las mochilas para el próximo día.  
(Tip: Es conveniente agregar sobres con minerales hidratantes al agua de manantial y agua de nieve derretida, para recargar los minerales faltantes en el agua. )

La última noche fue hermosa. La poca luz desenmascaró un cielo sublimemente estrellado; sólo se escuchaba, lejanamente, la vertiente del manantial. Un silencio casi absoluto nos dejó dormir plácidamente en la carpa como pocas veces.

Cuarto día: De vuelta a la civilización.

A la mañana desayunamos y partimos hacia el playón. Es increíble lo diferente que se siente bajar, en comparación con el sufrimiento de subir. Pudimos disfrutar de la vegetación, del río, y hasta de unos ratones gigantes y un zorrito que nos vinieron a despedir. Luego de cuatro horas de caminata llegamos al auto, y nos dirigimos hacia Aguas Calientes, un lugar a tan solo 12 kilómetros del playón, con pozones naturales de aguas termales en el medio de la montaña.
Después de cuatro días sin bañarnos, las termas fueron nuestro oasis. No recuerdo cuánto tiempo nos quedamos rotando por los cuatro pozos de agua, pero juzgando por nuestras manos arrugadas, creemos que bastante. Esa tarde, regresamos a Andacollo con el cuerpo bien cansado y con los ánimos por las nubes.

A pesar de que no hicimos cumbre, desde el primer momento supimos que eso no era importante. El Domuyo nos iba a servir como entrenamiento para lo que estaba por venir: el ascenso al Volcán Lanín, mi gran sueño.

Llegada a la pre-cumbre:

 

 

 

Para más información pueden contactar a una guía local que nos ayudó a nosotros: (aunque no sabemos si es un guía oficial o no…)

Ariel: guiadomuyo@gmail.com

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Vida Surrealista de Un Viajante Sin Guía

 

Datos útiles:

Sitio web Wikiloc (www.wikiloc.com): Recomendamos acceder a este link para sacar las rutas para el GPS para al Domuyo y otras montañas (ej: el Lanín).

Continúa en….

 

Primer Día: Ascenso Domuyo, la montaña más alta de la Patagonia Argentina

Segundo día del Domuyo: La cordillera del viento se hace oír