El espíritu por ayudar que lo llevó a África

El espíritu por ayudar que lo llevó a África

Santiago del Giudice

Hace poco, recibí la historia de un ex alumno Santiago del Giudice, que sintió que debía hacer un cambio en su vida y siguió su voz interior rumbo a África. Me envió un mail como cosa suya, contándome su historia. Pero me gustó tanto, que me pareció buena idea compartir su experiencia también con ustedes ya que es una historia muy linda.

Por lo tanto, las próximas semanas, además de leer sobre mis aventuras, van a escuchar la voz de Santiago acompañada por unas imágenes muy sensibles que ilustran lo que vivió durante esos 7 meses.

Así, comienza su historia:

Me llamo Santiago Del Giudice, tengo 24 años y soy Licenciado en Comunicación Publicitaria e Institucional egresado de la UCA. Vivo en San Isidro junto con mis padres, mis 3 hermanos y mis 4 perros. Una persona normal.

A mediados del 2012, mientras me encontraba trabajando en una agencia de marketing como Community Manager, empecé a sentir un gran vacío. Un vacío que no se llenaría bajo ningún punto de vista si continuaba trabajando allí, detrás de una computadora de 9 a 18hs. Tenía sed de saber qué había “allá afuera”, sed del mundo. Esta sed ya la había tenido un tiempo antes y la calmé cuando me fui unos meses a Nueva Zelanda. Pero esta vez era diferente. Si bien quería seguir descubriendo, también me sentía con la energía, las fuerzas y las ganas de ayudar a alguna comunidad. Quería entregarme y dar todo de mí. Quería “reciclar mi energía”.

Me tomé algunos meses para amasar esta idea, informarme e investigar un poco el mundo AIESEC (ONG a través de la cual realicé mi voluntariado). Cuando finalmente lo decidí, los encaré a mis papás y se los dije: “Viejos, tengo ganas de hacer un voluntariado en África”. “Lárgate a volar, si quieres tener alas”, fue la respuesta de mi padre.

Y así fue como a fines de febrero di mi último final, renuncié y el 20 de marzo me estaba subiendo a un avión con destino a Kenya. ¿Por qué Kenya? Porque desde chico siempre me pareció el ícono de la vida salvaje, el sueño de la sabana Africana, culturas diferentes, tribus y libertad extrema. ¿Por qué Kangundo DEB Primary School? Porque es un colegio que queda afuera de la ciudad en un pueblito perdido entre las montañas, entorno más que ideal para dar todo de mí y entregarme al máximo. No me importaba ni en dónde iba a dormir, ni qué iba a comer, ni tampoco me pregunté cómo serían las cosas allí. Estaba abierto a todo y el asombro ocupaba el primer puesto en mi cabeza. Nunca antes me había desempeñado como “maestro”, ni siquiera di clases particulares asique era un gran desafío. Yo quería ayudar, nada más y sabía que haga lo que haga, si lo hacía con total entrega y amor, saldría bien.

Los primeros dos incidentes que tuve al comienzo del viaje me dieron una pauta de a dónde había llegado: las valijas no llegaron en nuestro avión y me robaron. “Hakuna matata” (“no problem”). Ellos no se hacen problema por nada, nunca están apurados y mucho menos  miran su reloj. El tiempo no existe, los micros de línea o matatus comienzan su recorrida cuando están llenos porque sino no son rentables y las reuniones empiezan cuando todos llegan (no importa a qué hora lleguen). En un país así, es muy difícil estar apurado. 

Después de pasar los primeros días en Nairobi, me fui a un pueblito a dos horas llamado Kangundo en donde se encontraba el colegio en donde realizaría el voluntariado. Ni bien llegué le regalé al director una remera de Argentina con la “10” de Messi, una caja de alfajores “Havanna”. Él me introdujo a los profesores de fútbol a quienes les entregué unas pelotas que había traído y a los que ayudaría a entrenar al equipo del colegio.

Como el colegio es pupilo, la gran mayoría de los alumnos duermen allí, por lo visto yo también. Llegué a mi cuarto, apoyé mis cosas sobre la cama y una madraza (que se ocupa del cuidado de los pupilos) se acercó hasta mi cuarto y me preguntó si me hacía falta algo. Le dije que estaba todo perfecto y pasó a explicarme las instalaciones: no hay agua, inodoro ni ducha. Toda el agua que disponía se encontraba distribuida en 4 baldes. En vez de inodoro había una letrina y la ducha era manual. ¿Manual? Sí, dentro de uno de los baldes con agua había un recipiente de plástico que servía para echarme agua encima. ¿La cadena? Manual también. Una vez que hacía mis necesidades, debía arrojar el agua del balde dentro de la letrina para que se vaya por la ¿cañería?  ¿O pozo? ¿Cómo me lavaría los dientes durante los próximos meses? Me dijo que me los lave en el pasto. ¿Sin agua? No lo sé. ¿Hay luz? Sí, pero si llueve o hay mucho viento, se corta. Fantástico. This is Africa.

Me integré tan rápido que a los pocos días ya se me había ocurrido un proyecto para mantener el predio limpio. Quería fabricar tachos de basura y pintarlos de colores junto a los alumnos. La idea fue aprobada tan rápidamente por el director que al mes ya teníamos todo listo para dar comienzo al plan. Sí, al mes, te dije que en África nunca hay apuro.

Otra de mis primeras actividades como voluntario en el colegio fue ser profesor del equipo de fútbol. Juegan un deporte totalmente diferente. Pelotazo y a correr. Ninguno sabe pararse en la cancha, nadie respeta sus puestos y todos corren para todos lados. No hay táctica ni mucho menos hay estrategia. Un caos. De a poco empecé a organizarlos.

A medida que fueron pasando los días, me fui interiorizando en la vida de los alumnos más cercanos a mí. Había de todo, desde el que había sido abandonado por sus padres y vivía con su abuela y comía sólo 1 vez por día hasta el que tenía hermanos estudiando en Europa.

Postales de la ciudad

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Imágenes del colegio:

Salón de clase
Salón de clase
Yendo para clase, los chicos
Yendo para clase, los chicos
Yendo para clase, las chicas
Yendo para clase, las chicas
En clase
En clase
En la hora del almuerzo
En la hora del almuerzo

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El recreo
El recreo
El recreo
El recreo

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