Despedida de Año en Lisboa: Parte II

Despedida de Año en Lisboa: Parte II

Texto y Fotos: Melina Softa

¡Qué rara esa sensación de comenzar todo de cero!  Recibir un nuevo año en un nuevo destino fue una experiencia memorable. El primer día en Lisboa recorrimos la mayoría de los puntos de interés que la ciudad tiene para ofrecer, por lo cual el 1 de enero aprovechamos para caminar y perdernos en las calles vacías y aún húmedas por la lluvia del 31.

Fuimos a recorrer la parte moderna de la capital de Portugal. Había edificios con una arquitectura muy novedosa, y entramos a almorzar en uno de ellos, que era un centro comercial. Posteriormente, volvimos a la zona céntrica y nos descarriamos en las avenidas. No llovía, pero aún estaba muy nublado y, como consecuencia, los panoramas eran místicos y  enigmáticos, porque sólo se veía fracciones de ellos.

Caminamos por el río, por las calles, por las edificaciones. Veíamos la típica foto lisbonesa: casas destruidas pero con encanto; un pasillo increíblemente angosto con una escalera, por el que se puede pasar sólo a la fuerza; y diseños peculiares en escondrijos, como carteles que leían “keep calm and smoke shisha”, o un auto pintado con ilustraciones y frases de una manera muy alegre. Nos fuimos encontrando con sorpresas así, hasta llegar al Panteón, que estaba rodeado de manera circular por casas que iban alternando colores en tono pastel.

Ascendimos por unas escaleras que llevaban a otra calle, donde había arcos que protegían la acera, y más edificios majestuosos. Se alzaba una fuente de agua que tenía una escultura de un tigre y, encima suyo, un arco de azulejo. Hay muchos arcos en la ciudad; otro que llamó la atención fue uno con forma de serpiente. Pasamos por la Plaza do Carmo, un lugar donde se hallan tesoros por doquier, y conocimos el Elevador de Santa Justa. Recorrimos la Plaza del Comercio por última vez y fuimos a buscar nuestros bolsos, que estaban siendo custodiados voluntariamente por los chicos del hostal. Partimos a la estación, el exordio de la tortura que vendría durante el viaje: diez horas de zarandeo y gritos de unos ingleses que creían que el tren era una discoteca, por lo cual decidieron hacer una fiesta (con alcohol incluido, no miento). Más tarde, los echaron (¡dale, chicos, compórtense, están en el primer mundo!), después de no dejar dormir a ningún pasajero por unas cuatro horas.

¿Y qué se puede decir de Lisboa? Nunca se me ocurrió que me conquistaría como lo hizo. Nunca siquiera pensé que la visitaría, y me alegro de haberlo hecho. Conocerla fue un accidente lindísimo, imperdible. Es una ciudad que tiende a ser subestimada y que se suele dejar de lado en las expediciones a Europa, por quedar demasiado al oeste. Pero vale la pena, nunca dejo de recomendarla.

Y, vamos, en ese continente cualquier distancia es corta. ¿Lejos? ¡Si desde Madrid tardás apenas más de una hora en avión! Es la ciudad de los detalles, de las sorpresas. Es antigua y colorida, su gente maravillosa, y sus calles incesantes y artísticas. Es distinto a todo, y para todos.

 

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