Escrito por: Laura Vaillard
Soy una mujer serrana porque mi cuerpo reclama los vaivenes de los senderos del Ávila (Caracas, Venezuela), y mis retinas añoran el horizonte de montañas.
Sin embargo, últimamente no he podido refugiarme en las montañas; en cambio, con más frecuencia, mi destino me ha llevado a perderme en la serenidad de playas platinadas por el sol poniente; una novedosa tranquilidad que estoy aprendiendo a disfrutar cada día más.
El fin de semana pasado encontré mi paz en Corpus Christi, un lugar al sur de Texas en Estados Unidos, del que había escuchado hablar con frecuencia pero jamás había visitado.
Llegamos a Corpus Christi cerca del mediodía y nos dirigimos directamente a la playa para intentar absorber los últimos rayos de sol de la temporada de calor (sabia decisión ya que el lunes la semana comenzó con 10°C).
Como era final de temporada, la playa estaba prácticamente desierta, sólo había un puñado de bañistas, un conjunto de gaviotas y una plataforma petrolera que enrarecía el horizonte más no lograba extraerme de la tranquilidad del momento.
Había llegado cansada y estresada… agotada… con el cuerpo sobre exigido y la mente en fast-forward. Necesitaba una brisa oxigenadora y el chasquido apaciguante y constante del romper de las olas para relajarme.
Aunque Corpus Christi no es la playa de arena blanca y aguas turquesas de las postales caribeñas, es el “paraíso” más cercano a Houston, una fantástica ciudad cosmopolita donde el tráfico te arrebata las horas del día.
