
Una noche, fui a comer a uno de estos pequeños restaurantes locales con un amigo de la universidad que llevaba tiempo viviendo en Pekin. Luego de un fallido intento descifrar los caracteres chinos del menú, nos dispusimos a explicarle a la mesonera lo que queríamos comer.
Primero miramos alrededor para poder señalar al plato de otro comensal y pedir que nos trajeran lo mismo. Pero ya era tarde y todos habían terminado de comer y simplemente se veían botellas de cervezas sobre las mesas.
Luego intentamos entrar a la cocina para mostrarles lo que queríamos. Pero obviamente el cocinero no nos dejó. Aunque en ese momento mi hambre nublaba mi mente ahora me pregunto, ¿Qué guardarán los chinos en sus cocinas? Nunca lo sabremos.
En fin, al cabo de unos minutos de incomunicación, saqué un papel y un bolígrafo de mi cartera y me puse a dibujar nuestra orden. El dibujo no estaba del todo claro, pero la camarera asintió que entendía lo que queríamos.
Contentos por nuestra creatividad y satisfechos por nuestro logro, sonreímos y nos quedamos esperando la comida.
Antes de que pudiéramos terminar la primera ronda de cervezas, las camarera nos trajo la comida. Aunque no era lo que queríamos, no había forma de reclamarle… Asi que nos encogimos de hombros y experimentamos el plato. ¡Por suerte la comida estaba deliciosa!
Durante la semana que estuve allí nunca supe lo que comía, sin embargo, al igual que esta vez, siempre tuve el gusto de deleitarme con nuevos sabores gratos.
Ahora sí, para poder disfrutar de la comida, en esos casos creo que es mejor no preguntar qué estás comiendo. Al fin y al cabo dicen lo que no mata engorda.
Para más información ver lugares donde comer en Pekín.
Seguime en:
Facebook: Vida Surrealista de Un Viajante Sin Guía