
Por: Santiago del Giudice (Buenos Aires, Argentina)
Llegó Semana Santa y tuvimos el privilegio de visitar la reserva Maasai Mara. Digo “tuvimos” porque fui con mi novia (Victoria) que también se encontraba en Kenya realizando un voluntariado en otro lugar. Mi sueño de ver aquellos gigantes en su hábitat natural se había hecho realidad. La inmensidad de la sabana, el horizonte a cientos de kilómetros de mis ojos y la naturaleza al palo.
El 9 de abril fue mi cumpleaños. No te puedo decir la cantidad de cartas, dibujos y regalitos que recibí de los alumnos. Desde el que me hizo una pulserita con mostacillas hasta el que cubrió con papel un pequeño bidón de plástico y lo transformó en un tamborcito. Algo totalmente diferente a lo que había vivido en mis 23 cumpleaños anteriores.
A mediados de abril el colegio cerró unas semanas por vacaciones así que aprovechamos para lanzarnos en lo que fue nuestra primer gran expedición a la costa. Mombasa, Shimoni, Malindi, Diani y Tiwi beach. Ah, me olvidé de Zanzibar, una isla de Tanzania que en su momento la ocuparon sultanes de gran calibre que manejaba el comercio de África del Este con Medio Oriente. Entre ruinas de palacios, palmeras, pasillitos al mejor estilo “Aladin”, especias de todo tipo, mercaditos, snorkel, aguas cristalinas, arenas blancas y pinceladas de colores en el cielo, se esconden el paraíso de los paraísos.
A principios de mayo volví al colegio, esta vez lo hice acompañado de mi novia que había decidido sumarse a mi proyecto. Y fue justamente gracias a ella que tuve mis primeros acercamientos con los alumnos ciegos y autistas. Gracias a ella conocí a Catherina. La alumna ciega más chica del colegio: 6 años de edad y había perdido la vista a causa de la malaria cerebral que sufrió cuando tenía apenas 2. ¿Cómo explicarte mi relación con ella? Era mis ganas de vivir, mis ganas de entregarme, mis ganas de ayudar, mis ganas de pasarme 2 horas jugando con ella, mis ganas de reírme, mis ganas de enseñarle inglés y mis ganas de traérmela a la Argentina.

Un día Dios me iluminó e hizo que se me ocurra la brillante idea de apadrinarla. ¿Qué es? Bueno, es básicamente pagarle todos los gastos del colegio. Si bien es un colegio público, los alumnos deben pagar algo así como USD180 por año. Lo charlé con mis padres, me dieron su apoyo y se lo comenté al director. A su vez, este fue el desencadenante para que luego mi novia haga lo mismo con Erick, un alumno de 11 años ciego y autista que había perdido a sus padres y vivía con su abuelo en una villa de emergencia en Nairobi. La cadena no se cortó ahí, sino que a través de fotos e historia de vida, pudimos expandir nuestra experiencia a nuestros familiares y amigos en Argentina logrando apadrinar a más de 30 alumnos. Hacé el cálculo de a cuántas personas les cambiamos la vida.
Como el “poder ayudar” es algo que nunca se agota, decidí comprarle una Breiller Machine a Catherina. Básicamente es una máquina para escribir en braille. El braille es un sistema de lectura y escritura táctil que usan los ciegos. Algo sumamente necesario y que su humilde familia nunca se lo podría haber dado. Jamás te voy a poder explicar la felicidad que tenía esta princesita al recibir su nuevo juguete que le servirá toda su vida. Jamás te voy a poder explicar me felicidad en aquel momento.
Hola, mi nombre es soledad tengo 23 años y soy de Buenos Aires, La Plata. Por los meses de enero y febrero de 2015 queria viajar a Africa para realizar algun voluntariado. Conoces alguno para ponerme en contacto? gracias!
Tal vez San Tiago de pueda ayudar… Sino llama a http://www.aiesec.org/ que es la organización con la que se fue él que son muy amables y seguramente te puedan ayudar también…
Sé que Médicos sin Fronteras también tiene programas en África. Tal vez puedas consultar con ellos también.. Beso y despsués contanos cómo te va…