
Texto: Laura Vaillard

Mi prejuicio no me había dejado ir a visitar el Museo del Bicentenario hasta que vino un amigo de visita desde Nueva Zelanda y decidimos que era hora de ir a conocerlo.
El edificio en sí es impactante y está muy bien remodelado. Es una estructura moderna e imponente que deja entrever los restos de la construcción original del antiguo fuerte de Buenos Aires que comenzó a construirse en 1594, pocos años luego de la fundación de Buenos Aires. Su nombre original fue Real Fortaleza de Don Juan Baltasar de Austria y está ubicado justo detrás de la Casa Rosada, la sede de distintas autoridades políticas que gobernaron la Argentina.
Además de la arquitectura en sí, uno de los atractivos más impresionantes del museo es el mural de Siqueiros, uno de los artistas plásticos mexicanos más importantes junto con José Clemente Orozco y Diego Rivera. Además de ser conocido por la originalidad de su obra, era aclamado y también juzgado por el contenido social y popular de sus obras.
Hace 1933, David Alfaro Siqueiros llega a Argentina para exhibir su parte en distintos murales de la ciudad, sin embargo, al poco tiempo fue censurado por el gobierno del momento. Imposibilitado de pintar, comenzó a buscar un medio de vida para sobrevivir en Buenos Aires y así conoció al empresario y periodista Natalio Botana quien lo invitó a pintar el sótano de su casa.
Como Siqueiros era un socialista empedernido, no quería encarar el desafío solo y convocó a otros jóvenes artistas con los que se identificaba políticamente y con quienes coincidía en sus preocupaciones sociales para que lo ayudaran. Entre estos artistas estaban los argentinos Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo, Juan Carlos Castagnino y el uruguayo Enrique Lázaro. Durante meses estos artistas trabajaron en el sótano y experimentaron con pinturas sintéticas hasta lograr su cometido, aunque nunca recibieron ningún reconocimiento por ello.
Luego de Botana, esa casa perteneció a la familia Alsogaray. Aparentemente, cuando la señora Alsogaray descubrió el mural, consideró que eran obscenidades y mandó a rociar el mural con ácido. Sin embargo, la novedosa técnica de Siqueiros resistió el ácido, por lo que la señora decidió tapar el mural con cal y cerrar el sótano.
Años más tarde, los nuevos dueños, la familia Vadell, contrataron a Juan Carlos Castagnino, uno de los miembros de la troupe de Siqueiros, para restaurar el mural y lo consiguió sin problemas simplemente removiendo la cal.
A pesar de la rareza del mural, el mismo nunca había sido tasado por la imposibilidad de sacarlo del sótano. Eso fue hasta que en 1986, José Pirillo, dueño de ese momento del diario La Razón, compró la casa y comenzó la tarea de remover el sótano y el mural. Su fin principal era hacer una muestra itinerante por el mundo. Pero el gobierno mexicano prohibió que la obra saliera de Argentina y su sueño quedó trunco y por consecuencia quedó ampliamente endeudado.
Por cuestiones políticas, el mural permaneció en la aduana por varias décadas hasta que finalmente fue rescatado y exhibido en el Museo del Bicentenario. Se trata de una obra única tanto por la originalidad del mural como la fascinante historia de todo lo que tuvo que sobrellevar para estar donde está.
El resto del museo cuenta la historia de la Argentina, con un fuerte sesgo hacia los gobiernos políticamente afines al actual. Pero de todas formas, vale la pena, es fácil de llegar y es gratuito.