Texto y Fotos: Melina Softa

En esta entrega continuamos relatando el viaje que ya leiste en Road Trip por Marruecos Parte I y Parte II.

La siguiente parada fue el Oasis de Tissardimint, donde se rodó parte de la película Sahara. En el suelo se ve un acueducto por donde pasa el agua. Desde ahí partimos hacia un asentamiento nómada, con quienes compartimos su manera de vivir y costumbres. No podíamos comunicarnos verbalmente, pero las sonrisas son universales. En Khamlia, disfrutamos de un té y un concierto de música Gnawa. Los artistas vestían túnicas blancas, y nos contaron que eran hijos de esclavos. Nos sentamos en unos sillones coloridos (¡quién quisiera esas mantas para su casa!), y nos sirvieron té (¿Existe la borrachera de té? Tomé mucho durante el viaje, efectivamente lo beben en todo momento). Tenían unos tambores llamados tbel, y unas panderetas de metal muy originales, que aprendí que se llaman qraqeb. También tocaban un guembri, un instrumento de tres cuerdas.

Partimos temprano hacia Rissani, y pasamos la ciudad, considerada cuna de la dinastía Alauita, donde se destaca su mercado al que acuden muchos nómadas del desierto para realizar sus compras. En el camino veíamos en las montañas frases escritas con piedras blancas, y nuestro guía nos contó que eran expresiones religiosas que comunicaban: Dios, Patrimonio, y Rey. De a poco, dejamos atrás el desierto, y atravesamos paisajes áridos hacia Uarzazate, actual centro administrativo de la zona. Desde ahí se domina todo el Valle del Draa y el Oasis que recibe el mismo nombre, considerado el más extenso de Marruecos, así como el más rico en la producción de dátiles.

Llegamos, después de un largo viaje de carretera, nuevamente a Marrakech. Teníamos unas horas antes de tomar el avión, por lo cual fuimos a la Plaza de Yamaa el Fna, desde donde podíamos ver la mezquita Kutubía. Recorrimos el zoco (o suq, como me corregía mi guía), el mercadillo. Nos separamos y fuimos metiéndonos en las callecitas, buscando tesoros. Estaba muy abarrotado con carretillas, motos, cajones de verduras, camisetas de fútbol, teteras, lámparas, cualquier chuchería que se pueda imaginar, una amalgama de elementos.

También vendían especias por toneladas, aparentemente. En cada puesto había una tabla sobre la cual había canastos con pilas de ellas. Una pieza muy divulgada era la Mano de Fátima, la cual se vendía en todos lados. Los gatos vagaban entre las personas y los objetos. Los negocios eran de naturaleza híbrida, y llegamos a avistar incluso una agencia de viaje que parecía que estaba fuera de lugar. Nos íbamos metiendo en los locales y explorábamos cada recoveco. Pensé que iba a ser más barato, como se enseña en las películas, pero la verdad es que Marrakech es un destino tan turístico que los comerciantes aprovechan el aumento de la demanda para ajustar sus precios, como haría cualquiera. De todas formas, regateábamos en toda ocasión, un entrenamiento olímpico. Eran difíciles de persuadir.

En una circunstancia, mi amiga se obsesionó con una tetera marroquí que había encontrado, y estaba encaprichada con que la quería, entonces trataba de comunicarse con el marroquí en español. Fui a ayudarla y traté de regatear con mi francés paupérrimo. Le dije que éramos estudiantes, y que íbamos cortas de dinero, que dale, que por favor, que le había gustado mucho la tetera, y que no querría cargar en su consciencia el haber sido el hombre que la privó de esa pequeña felicidad. Finalmente, como consecuencia de nuestros dones argumentativos, accedió, y mi amiga logró comprarla. El vendedor y ella se dieron un abrazo para festejar el éxito de la negociación. También se regateaba en castellano, y en inglés. ¿Todos en Marruecos son políglotas? A veces entendían español, lo que hacía que la conversación se tornase caótica. Hablábamos una mezcla de expresiones e idiomas, pero los dos entendíamos su fin, por lo cual podíamos comunicarnos.

Mientras nos dirigíamos al punto de encuentro para ir al aeropuerto, vimos a los encantadores de serpientes; uno tenía una cobra. Apenas te agarran mirándolos, sos hombre muerto. Intentan cobrarte hasta por hacer contacto visual. En última instancia, hay que echarse a correr. Nos despedimos del zoco, y nos subimos a la camioneta para ir al aeropuerto y finalizar el viaje. Me encantaba ver los carteles de señalización de tránsito escritos en árabe, porque me hacían sentir aún más fuera de lugar y eso me encantaba. Me fascina estar en sitios extranjeros, conocer otra cultura, y especialmente una tan distinta, tanto en lo político, artístico, cultural, y en lo religioso, absolutamente todos los aspectos de su estilo de vida.  Pisamos por última vez el Aeropuerto Marrakech-Menara, con sus rombos y su luz, un escenario en sí mismo.

¡Ay, Marruecos! Fue mi momento de catarsis para despedir el año que se estaba por marchar. Me encontré con algo de mí que quizás no conocía, que debía despertar, y eso hizo África. Tal vez porque hice real lo que me parecía inalcanzable. Su gente hospitalaria, siempre dispuesta a compartir un té, y su exotismo, me dieron aire. Tuve esa conexión viajero-lugar, que es rejuvenecedora, y en la que esa ciudad, pueblo, país o lo que fuere, pasa a formar parte de la esencia misma del individuo, y pasan a ser inherentes. Asimismo, la persona deja su impronta en el trayecto, y se convierte en una pieza de aquel lugar. Cuando esto ocurre, sucede la magia. Aunque el viajero no vuelva por muchos años, cuando lo haga, será como si nunca se hubiese ido.

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