
Por: Laura Vaillard

Si Roma fuera una persona, la abrazaría como a un viejo amigo ya que presenció alguno de los cambios más importantes de mi vida. La primera vez que viajé a la capital italiana, tenía 21 años recién cumplidos. Había conseguido que transfirieran la beca de mi universidad a la Libera Universita Degli Studi Sociali (La LUISS como la llamaban los romanos) y pasaría allí un semestre.
Lo que no le había dicho a mis padres es que había comprado el pasaje para un mes antes de que comenzaran las clases porque tenía planeado recorrer Europa sola con el dinero que había ahorrado tras dos años de trabajo. Fue así como consolidé mi estampa de viajera, como conocí lugares y personas increíbles y disfruté uno de mis mejores viajes de mi vida.
Fue en Roma también donde hice las paces con mi herencia y complejo de identidad nómade tras haber pasado por más 17 mudanzas en 21 años. Fue allí donde perdí la vergüenza por mi nacionalidad italiana a pesar de que nunca había pisado el país y no hablaba la lengua.
También fue en Roma la primera vez que viví sola y tuve que aprender a cocinar. Aunque me había ido de casa a los 19 años, hasta ese momento había vivido en los dormitorios de la universidad donde había compartido el cuarto, primero con una colombiana, y luego con una mexicana. Pero allí no cocinábamos, ni siquiera se puede decir que viéramos allí. Prácticamente lo único que hacíamos en la habitación era hablar y dormir.
En cambio en Roma, todo pasaba dentro de las cuatro paredes del departamento que compartía con cinco chicas más: dos psicólogas norteamericanas, una estudiante de ciencias políticas de ascendencia hindú, una administradora de empresas, y otra que se dedicaba al shopping (realmente no recuerdo qué más hacía). Cocinábamos, comíamos, nos analizábamos los sueños, mirábamos películas, hacíamos fiestas que luego se extendían por las calles empedradas de la bella capital italiana.
Por esto y por mucho más, no puedo dejar de sonreír cuando veo las fotos que nos envía Nico Fernández desde Roma: postales de recuerdos que siguen brillando a pesar del paso del tiempo. A veces, 10 años no es nada y por eso Roma sigue siendo un gran amigo fiel.

Fotos: Nico Fernández (Rosario, Argentina)