Por: Laura Vaillard
Me había sentado a escribir sobre lo que me tocó vivir estos últimos días: un vuelo de Aerolíneas Argentinas que nunca salió, una llamada para comunicar la reprogramación del vuelo que nunca llegó, miles de telefonadas a las líneas de atención al cliente que nunca fueron atendidas y un vuelo que salió a destino casi dos días más tarde.
Pero todo eso era insignificante comparado con lo que estaba pasando en La Plata y Buenos Aires mientras miraba cómo caía la lluvia por la ventana en Rio de Janeiro: 1.300 evacuados, 48 muertos y más de 20 desaparecidos en una de las peores inundaciones que ha sufrido el país en los últimos años.
Tal como escribió Martín Lousteau en su columna de La Nación, “ojalá que esta ridícula, inútil y evitable tragedia sirva para disparar reflexiones más profundas acerca del lugar donde poco a poco nos hemos ido quedando atrapados. Tenemos que ser capaces de construir algo nuevo. De crear un futuro distinto. Entre todos”.
Esta reflexión sirve tanto para nuestros gobernarntes, para que comiencen de trabajar juntos por el bien del país y dejen de hecharse culpas, y para la gente de Aerolíneas Argentinas, para que comiencen a mejorar su servicio al cliente.