Texto: Melina Softa / Fotos: Agustín Díaz

Cuando estaba en Liubliana, tuve que decidir a dónde iba a ir después. Como fui sin planes, y había rumores de que las fronteras de algunos países iban a cerrar a causa de la ola de inmigrantes provenientes de Siria, empecé a pensar a qué ciudad me iba a ir al día siguiente. Fui a la estación de buses a averiguar distintos destinos y sus precios, pero todos me parecieron caros.

La cuestión era que tenía una amiga en París que estaba haciendo un intercambio académico y la quería ir a visitar. Me quedaban, aproximadamente, dos semanas de viaje, de los cuales ya tenía tomado la mitad, para ir a visitar a un amigo en Suiza, y otros para viajar de Ginebra a Milán para tomarme un vuelo a Madrid, y pasar allí un par de días antes de volver a Buenos Aires, y quería llegar de Eslovenia a Francia, un pequeño viajecito. Por este motivo, decidí que lo mejor era ir haciendo unas paradas en el medio, y llegar en unos tres días a la capital francesa.

Luego de intercambiar mensajes con mi amigo de Suiza, un chico argentino que había conocido en el hostel de Montenegro, y un amigo español que estaba viviendo en Frankfurt, llegué a una conclusión: aquel sábado iría al Oktoberfest con los dos primeros, y de ahí a pasar dos días a lo de mi amigo español. Según él, desde ahí conseguiría buses baratos a París (¡y tuvo razón!). Antes no lo había pensado, porque durante ese mismo viaje ya había visitado Múnich, pero esta ocasión iba a permitirme degustarla desde otro lado.

El Oktoberfest surgió el 12 de octubre de 1810, cuando el Príncipe Ludwig (que luego se convirtió en el Rey Ludwig I) se casó con la Princesa Teresa de Saxony-Hildburghausen, e hicieron una fiesta a la que fueron invitados todos los ciudadanos de Múnich. Hicieron una ceremonia de clausura en la que se llevó a cabo una carrera de caballos, que repitieron al año siguiente, lo que dio origen a este festival tan aclamado.

Volví, entonces, a la estación de buses, compré un ticket a Múnich y llegué el sábado después del mediodía. Mi amigo que estaba viviendo en Morges me estaba esperando en la estación y me contó que ese día iba a ser el más concurrido en esta celebración. Antes que nada, compré el boleto para ir a Frankfurt, y decidí que saldría a las 7 a.m., la misma hora en la que mi amigo se tomaba un bus a Zúrich. Los hostels son impagables durante esta fecha (¡los que quedaban, a esta altura, salían unos 100€ la noche en habitación compartida!), así que decidimos seguir de largo esa noche.

Como estaba con mi enorme mochila, fuimos a la estación de tren a dejarla en el locker (el mediano salía 4€ el día), y allí me encontré con mi amigo argentino que conocí durante ese viaje, que traía otro amigo consigo, ¡cuatro argentinos preparados para el gran Oktoberfest! Desde ahí, sólo tuvimos que seguir a la manada de gente que iba en la misma dirección y caminar unas pocas cuadras para llegar al lugar de la fiesta. Y ahí lo vimos, un cartel grande que decía “Bienvenidos al Oktoberfest”.

No era como me lo había imaginado. Era, básicamente, un parque de diversiones: montañas rusas, otras atracciones típicas de estos parques, aquellos en los que tenés que tirar las botellas para ganarte un peluche, puestos de comidas, y las emblemáticas “carpas”, el lugar donde se reúnen todos a tomar cerveza. La mayoría llevaba Dirndls y Lederhosen, los trajes tradicionales de Alemania. Otros, como nosotros, íbamos vestidos como cualquier día. Me sorprendió que hubiera familias con sus hijos, ya que siempre pensé que era una fiesta pensada para los adultos jóvenes.

Recorrimos un rato el lugar, asombrados y curiosos, y preguntándonos qué hacíamos cuatro argentinos perdidos en una fiesta de esta magnitud. Intentamos entrar en algunas de las carpas, pero, o estaban llenas, o no nos dejaban pasar porque necesitabas tener una entrada o invitación (por lo que logramos entender, no manejábamos el alemán).

Finalmente, encontramos una carpa al aire libre y nos quedamos ahí unas cuatro o cinco horas. Allí vendían vasos de medio litro (los chopps los vendían en otras carpas), que salían 8€ cada uno, pero había 3€ que te los reembolsaban si devolvías el vaso, por lo cual el contenido en realidad costaba 5€ (caro en términos normales, pero los precios del Oktoberfest siempre están inflados). Uno de mis amigos decidió no pedir su depósito y llevarse los vasos como souvenir.

Cuando empezó a atardecer se notó el cambio en la actitud de la gente, dado que la mayoría ya estaba borracha. Conocimos a un grupo de californianos que debían tener unos 60 años y nos quedamos charlando. De vez en cuando alguno largaba un grito “¡¡ehhhh!!”, y todos levantaban su cerveza en el centro del círculo que formábamos, y brindábamos. Conversamos con otras personas, alemanes, franceses, y gente de todo el mundo que se reunía allí con un mismo propósito, pasarla bien y tener la experiencia de vivir algo así.

El Oktoberfest transcurre durante todo el día, y termina temprano, a eso de las 11 p.m. Antes de irnos, pasamos por un puesto de comida y compramos unas papas rellenas muy ricas. Uno de mis amigos se subió a uno de esos juegos que daba vueltas, y luego jugó a tirar las botellas, aunque salió decepcionado. Al final, pasamos por una de las carpas grandes que ya estaba cerrando.

Nos dirigimos a la estación de tren para comer algo y, pasada la medianoche, nos despedimos de la mitad del grupo que tenía que tomar el último tren a las afueras de Múnich. Nos quedamos los dos que teníamos hacer tiempo hasta tomar el bus. Faltaban unas seis o siete horas, así que nos tiramos en el piso en una zona calentita a dormir un rato. Había cientos de personas que estaban haciendo lo mismo que nosotros; no iban a permitir que los precios disparatados de los hostels les impida vivir este espectáculo memorable y, lo mejor, es que los policías pasaban por los pasillos donde había filas de personas durmiendo contra la pared, incluyéndonos, y no nos echaban, sino que más bien controlaban que no pasase nada raro.

Así que dormimos con seguridad privada y todo, y nos despertamos para sacar la mochila del locker y caminar hasta la otra estación. Mi bus llegó primero. Nos despedimos, fue un hasta pronto ya que lo vería en pocos días en Suiza. Nuestras caras atestiguaban que había sido un gran día, y que lo vivido no nos lo puede sacar nadie.

El próximo Oktoberfest (la edición 183º) se llevará a cabo entre el 17 de septiembre y 3 de octubre del 2016. Para más información, hacé click en este link.

Un comentario sobre “Una Pasada por el Oktoberfest de Múnich”

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