
Basta una recorrida por las irregulares calles de Bogotá para darse cuenta de que no es una ciudad más. Y justamente el encanto está ahí, en las calles y las paredes que la decoran.
Al igual que el buen café, el arte callejero está por todas partes. Con mayor o menor organización, allí viven miles de grafitis y murales que fascinan al local o al viajero que visita la capital colombiana.
Los diversos artistas, técnicas y diseños se ven unidos de manera mágica por una enorme calidad. Las voces pueden variar, pero el mensaje es uno solo: acá estamos y tenemos algo qué decir.
Y si, dije voces, porque en Bogotá las paredes gritan; así que lo importante es tomarse el tiempo para escuchar y al instante oír los miles de colores que juegan con el cielo gris bogotano.
Una buena idea es caminar por el Barrio La Candelaria, y si es con una cámara en mano, mucho mejor. Allí las obras de arte urbano son vecinas ilustres y momentáneas de casas coloniales, ventanas enrejadas, portones tallados y techos de tejas rojas. La convivencia parece ser buena y el que gana es el que mira, aún con el riesgo de no poder parar.
Ahora sí, con los ojos llenos de colores, llega el momento de una pausa y claro, de un rico café. Mientras tanto, los dejo con mis fotos.
Por Gustavo de Dios
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Un comentario sobre “El riesgo es que no puedas parar de mirar”