Escrito por Laura Vaillard

A veces cuesta dejarse llevar. Pero cuando estás en un lugar desconocido, sobre un animal con el que no estás familiarizado, no queda otra que confiar y dejar que el caballo te lleve, por su camino y a su ritmo.

Aunque me gusta la naturaleza, y disfruto de cada instante de aire limpio, barro, hojas y colinas o montañas, no dejo de ser un bicho de ciudad, y fuera de los perros y algunos gatos, el resto de los animales me son bastante ajenos.

Cuando era chica, íbamos seguido al campo, pero esas historias quedaron décadas atrás. Si, décadas. Así de rápido para el tiempo.

Al llegar a Armenia, en el eje cafetero colombiano, surgió la posibilidad de hacer una cabalgata, y sin dudarlo nos montamos a la aventura. Confiamos en los tiernos animales y en el guía y nos dispusimos a recorrer las sierras de la región del café de una forma diferente.

Más que una cabalgata, parecía una montaña rusa de emociones. Pasaba de la emoción del trote ligero al terror, cuando otro caballo se enojó con el mío por haberlo pasado y le tiró un tarascón (que pasó a centímetros de mi pierna), para marcar su lugar –al final de la fila. También hubo momentos de nerviosa adrenalina cuando cruzábamos ríos que cubrían casi todo el caballo y no quedaba otra opción que encomendar la suerte al experimentado cuadrúpedo.

Fue una experiencia distinta, muy lejos de la tradicional escapada a las playas colombianas, pero más cercana al estilo aventurero que me gusta experimentar en las vacaciones.

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